Los humedales, como los arrecifes de coral, son ecosistemas vitales para la continuidad de la vida terrestre y subacuática. El Darién constituye uno de los hábitats más importantes a escala mundial, de extraordinaria flora y fauna abundante y variada, refugio de aves y especies migratorias. Los humedales que allí se encuentran contribuyen a moderar cambios climáticos actuando como sumidero de dióxido de carbono y metano. Transforman sedimentos y gases contaminantes, en elementos y gases no dañinos, por acción de bacterias que se encuentran allí. Por eso la construcción de la carretera panamericana generará un desequilibrio catastrófico del ecosistema; especies endémicas desaparecerían provocando daños incalculables no sólo al país, sino a la humanidad.

En la segunda mitad del siglo pasado, cuando la tala de bosques llegó a su clímax dramático, las autoridades colombianas, sin ningún espíritu de patria, festinaron los recursos naturales del país. Los bosques de cativo prácticamente fueron arrasados y con ellos la flora y fauna que albergaban. No supieron pensar que tarde o temprano esos bosques saqueados por las compañías estadounidenses harían falta para respirar. Y el vertido de 17 millones de toneladas de limo, arrastradas anualmente por el río Atrato y sus afluentes, sedimentaría su desembocadura causando grandes inundaciones.

Los humedales del Darién sirven de áreas de reproducción, alimentación y protección de las especies en su etapa de desarrollo. Pero las obras, estructuras físicas desequilibran los humedales y reducen la variedad de hábitats que alberga. Dificulta, además, el flujo de agua poniendo en riesgo áreas pobladas en vez de protegerlas. Cualquier tipo de barrera, apertura o emplazamientos de ingeniería impediría la sobrevivencia de plantas, animales acuáticos y terrestres. Una carretera allí construida, funcionaría en invierno como un dique, aumentando las inundaciones del río Atrato.

La carretera estimulará la colonización, la tala de bosques, desplazamiento masivo de campesinos, concentración de las tierras en pocas manos y aumento de su valorización. Además provocará el éxodo de pueblos negros y aborígenes con la pérdida de sus culturas, tradiciones e identidad. La carretera será una peligrosa amenaza para los parques nacionales naturales Catío y Darién, declarados por la UNESCO patrimonio de la humanidad. Los pueblos Cuna, Embera, Catío, y Wanahua, con grado de civilización más primitivo entre los pueblos aborígenes que habitan el territorio colombiano y como sociedad preindustrial, fieles a sus tradiciones ambientales milenarias, desaparecerán.

Estas razas, reducto del neolítico, serían barridas por la agresión de un gobierno nacional ajeno a defender sus derechos, la esencia elemental de su nacionalidad. Ningún elemento peculiar de su antiguo idioma, ni una lírica tradición de sus fábulas, sobrevivirán. Ni un solo legado oral que nos permita aceptar que ellos fueron, antes de la invasión española, grandes pueblos.

La carretera arrasaría 450 especies de mamíferos, 1.752 especies de aves; 475 especies de reptiles. Desaparecerían 538 especies de anfibios, 1.089 especies de arácnidos, 2.000 especies de himenópteros, y 4.500 especies de peces, sólo sería evocación del pasado (El Darién, Zoogeografía y Aspectos Biográficos publicado por Corantioquia y Cornare…). El refugio temporáneo de mariposas y aves procedentes de otras latitudes no será más que el recuerdo de la capacidad agresiva de los gobernantes colombianos. Especies de plantas únicas en el mundo desaparecerán, privando a la humanidad de sus propiedades científicas, que aún sin conocer, hubo coraje para destruir.

Las plantas son importantes, entre otras cosas, por su valor comercial, por su producción de oxígeno, por su extraordinaria simbiosis entre todos los seres vivos y por sus propiedades científicas.
El desarrollo ha de concebirse en términos sociales, de conservación y no de destrucción. Debe plantearse otras alternativas en búsqueda de defender este patrimonio de la humanidad. El sostenimiento de la carretera que atravesarás los humedales del Darién costaría cada año 250 millones de dólares, en contraste con los 45 millones de dólares que costaría conservarlo. El valor de bienes y servicios que proporcionarían los humedales por alimento, oxígeno, refugio, combustible, sustancias medicinales, vestimentas, explotación racional de bosque maderables, artesanías, productos bioquímicos, protección contra tormentas, inundaciones, recuperación de la industria manufacturera artesanal aborigen, ascenderían por lo menos a 4.4 billones de pesos. Casi cien veces más que el costo de conservación (Desarrollo Sostenible del Darién, trabajo realizado por Corantioquia y Cornare en el 2000).

La ventaja competitiva estaría en defensa de los humedales y por encima de la captación de divisas mezquinas de la oligarquía, que abusa del poder para negociar recursos naturales que no son suyos. La política anti ambiental y neoliberal de la oligarquía colombiana  siempre ha despreciado los principios éticos fundamentales. Al modelo capitalista basado en la conducta de imponer intereses egoístas en primer lugar,  la destrucción del patrimonio común, la destrucción del mundo le importa poco. Lo que resulta inaceptable es la irresponsabilidad del gobierno frente a lo que va a suceder en el Darién a escala mundial, cuyo espíritu contra patria entrega la naturaleza a las transnacionales. El pueblo colombiano y la comunidad internacional debe entender que no es hora de dormir, todos, hombres y mujeres debemos desactivar la alarmante tragedia que se abate sobre el medio ambiente usando la internet, y mirar las calles vacías esperando la acción colectiva en defensa de los humedales del Darién.

Tomado de: http://www.periferiaprensa.org